Cuando a uno le gusta leer, leer de verdad, en ocasiones se
da cuenta de algunas cosas al leer libros. Cosas que quizá el autor no
pretendĂa transmitir, pero que lo ha hecho, y cuando eso sucede, es un poco
como si tuvieras al autor a tu lado y conversaras con él, “¿te gusta tal cosa,
verdad? -ÂżCĂłmo lo sabes? (dirĂa Ă©l) –Hombre, por esto, por esto otro, por lo de
aquĂ…”. Se crea una afinidad especial entre Ă©l y tĂş, y eso, que ya es algo
bonito cuando te sucede con un personaje, es más bonito aún cuando te sucede
con un autor. En el caso que nos ocupa con el libro de hoy, El santo del monte
Koya, de Izumi Kyoka es lo que me ocurriĂł, y pude darme cuenta de algo muy
significativo, y es que al autor, le gustaba escribir. Vaya cosa, diréis
muchos, ÂżquĂ© harĂa escribiendo si no le gustara? Bueno, en parte tenĂ©is razĂłn,
pero no es tanto que al autor le guste escribir como que lo considere un arte
en sĂ mismo, sin necesidad de contar nada concreto, sino sĂłlo de regodearse en
el arte de la escritura. De pintar con palabras situaciones, lugares o
personas, sin que ocurra realmente nada, pero haciendo con tal sutileza que en
realidad no notas que no está pasando nada relevante.
Con esto, lo primero que quiero decir es que El santo del monte Koya es un libro narrado de una manera un tanto diferente a como estamos acostumbrados, y lo primero que hemos de tener en cuenta es que el cĂłmo se dice, es más importante que lo que se dice en sĂ. Que nadie espere cuentos con un montĂłn de acciĂłn, o incluso con un poco de acciĂłn. Y dirĂ©is, Âży entonces, quĂ© sucede? Pues pasar, claro que pasan cosas, pero la acciĂłn está salpicada de descripciones, recuerdos, pensamientos, deseos y sueños.
El santo del monte Koya es un libro dividido en cuatro cuentos, El quirĂłfano, El santo del monte Koya, Un dĂa de primavera y La mujer carmesĂ. En el primero de ellos, encontramos a una bellĂsima mujer a punto de realizarse una cirugĂa de la que depende de su vida, pero que se obstina en no hacĂ©rsela a menos que puedan practicársela a lo vivo, porque se niega en redondo a ser anestesiada, temerosa de que, durante el sueño, pueda revelar su secreto. En El santo del monte Koya, un viajero conoce a un monje que le cuenta la aventura que viviĂł en un viaje muy particular en el que conociĂł a una misteriosa mujer. En Un dĂa de primavera, fantasĂa y realidad se dan la mano para contarnos un amor imposible, y finalmente en La mujer carmesĂ, el protagonista, un hombre adulto, se encuentra casualmente con el amor de su juventud.
Reconozco que no habĂa leĂdo gran cosa de literatura asiática ni japonesa hasta el presente. Todo fue que un dĂa estaba en la tienda de mi librero (al que yo llamo familiarmente “mi camello”), y le dije que tenĂa que ir empezando a leer novelas del paĂs del sol naciente, y de inmediato me dijo que empezase por Ă©sta, que era un clásico al que llamaban “el Poe japonĂ©s”. TardĂ© un poco en darme cuenta de por quĂ©, dado que sus cuentos no tratan el gĂ©nero del terror ni el policĂaco, como sĂ hacĂa el insigne autor de cuentos tan inmortales como El corazĂłn delator o El tonel de amontillado, pero al poco supe por quĂ©: por su detallado nivel de descripciĂłn y sobre todo por la narraciĂłn… “sensorial”.
Tanto Poe como Kyoka, nuestro autor de hoy, cuando narran, lo hacen con todos los sentidos, y lo hacen para evocar en ti no sĂłlo imágenes, sino sensaciones. Para que huelas, palpes y sientas en tu piel lo mismo que el protagonista. Igual que las novelas de Poe estaban llenas de sensaciones angustiosas (uno no puede leer El entierro prematuro sin un “respibiĂ©n” al lado), los cuentos de Kyoka están llenos de sensaciones, en su mayorĂa, agradables, que evocan la naturaleza, la belleza de las mujeres, el sonido de la mĂşsica… Los protagonistas de sus cuentos nos hacen saber lo frĂa que está el agua del rĂo donde hunden los pies de un modo tan gráfico que os darán ganas de poneros calcetines.
Izumi Kyoka es considerado un autor de prosa difĂcil, debido a la riqueza de la misma (supongo que se referirán a que su prosa es difĂcil en japonĂ©s, como Shakespeare es difĂcil en inglĂ©s… a mĂ me pareciĂł quizá un poco árido por la ausencia de sucesos, pero no lo calificarĂa de difĂcil); hasta su muerte en 1939, escribiĂł cuentos como los que nos ocupan, obras de teatro kabuki (teatro experimental japonĂ©s, caracterizado sobre todo por los exagerados maquillajes de los actores) y novelas. Debido a su particular manera de mezclar el Romanticismo (corriente cultural opuesta a la IlustraciĂłn y Racionalismo, que busca dar importancia absoluta a los sentimientos) con una visiĂłn onĂrica del mundo moderno y mezclar fantasĂa con realidad, está considerado uno de los autores modernos más sobresalientes de JapĂłn.
El santo del monte Koya no es lo que yo llamarĂa “un libro para leer en el Metro”, sino que es más bien un libro para leer con mucha calma frente a la chimenea, o tumbados en el cĂ©sped de la piscina. Si leer es amar, hay libros que te dan un flechazo, pero El santo… es más bien un proceso de enamoramiento dulce y pausado. Hay que leerlo sabiendo que vamos a encontrarnos con cuentos largos en los que durante muchas páginas, no van a suceder cosas que aporten nada a la trama, sino tan sĂłlo que recreen sensaciones para nosotros y nos lleven a un mundo de sueño, donde no debemos creer todo lo que nuestros ojos ven. Es un libro de cuentos muy bellos, tristes y llenos de añoranza… yo, acostumbrada a devorar en lugar de leer, Izumi san ha hecho que saboree en lugar de devorar.
Con esto, lo primero que quiero decir es que El santo del monte Koya es un libro narrado de una manera un tanto diferente a como estamos acostumbrados, y lo primero que hemos de tener en cuenta es que el cĂłmo se dice, es más importante que lo que se dice en sĂ. Que nadie espere cuentos con un montĂłn de acciĂłn, o incluso con un poco de acciĂłn. Y dirĂ©is, Âży entonces, quĂ© sucede? Pues pasar, claro que pasan cosas, pero la acciĂłn está salpicada de descripciones, recuerdos, pensamientos, deseos y sueños.
El santo del monte Koya es un libro dividido en cuatro cuentos, El quirĂłfano, El santo del monte Koya, Un dĂa de primavera y La mujer carmesĂ. En el primero de ellos, encontramos a una bellĂsima mujer a punto de realizarse una cirugĂa de la que depende de su vida, pero que se obstina en no hacĂ©rsela a menos que puedan practicársela a lo vivo, porque se niega en redondo a ser anestesiada, temerosa de que, durante el sueño, pueda revelar su secreto. En El santo del monte Koya, un viajero conoce a un monje que le cuenta la aventura que viviĂł en un viaje muy particular en el que conociĂł a una misteriosa mujer. En Un dĂa de primavera, fantasĂa y realidad se dan la mano para contarnos un amor imposible, y finalmente en La mujer carmesĂ, el protagonista, un hombre adulto, se encuentra casualmente con el amor de su juventud.
Reconozco que no habĂa leĂdo gran cosa de literatura asiática ni japonesa hasta el presente. Todo fue que un dĂa estaba en la tienda de mi librero (al que yo llamo familiarmente “mi camello”), y le dije que tenĂa que ir empezando a leer novelas del paĂs del sol naciente, y de inmediato me dijo que empezase por Ă©sta, que era un clásico al que llamaban “el Poe japonĂ©s”. TardĂ© un poco en darme cuenta de por quĂ©, dado que sus cuentos no tratan el gĂ©nero del terror ni el policĂaco, como sĂ hacĂa el insigne autor de cuentos tan inmortales como El corazĂłn delator o El tonel de amontillado, pero al poco supe por quĂ©: por su detallado nivel de descripciĂłn y sobre todo por la narraciĂłn… “sensorial”.
Tanto Poe como Kyoka, nuestro autor de hoy, cuando narran, lo hacen con todos los sentidos, y lo hacen para evocar en ti no sĂłlo imágenes, sino sensaciones. Para que huelas, palpes y sientas en tu piel lo mismo que el protagonista. Igual que las novelas de Poe estaban llenas de sensaciones angustiosas (uno no puede leer El entierro prematuro sin un “respibiĂ©n” al lado), los cuentos de Kyoka están llenos de sensaciones, en su mayorĂa, agradables, que evocan la naturaleza, la belleza de las mujeres, el sonido de la mĂşsica… Los protagonistas de sus cuentos nos hacen saber lo frĂa que está el agua del rĂo donde hunden los pies de un modo tan gráfico que os darán ganas de poneros calcetines.
Izumi Kyoka es considerado un autor de prosa difĂcil, debido a la riqueza de la misma (supongo que se referirán a que su prosa es difĂcil en japonĂ©s, como Shakespeare es difĂcil en inglĂ©s… a mĂ me pareciĂł quizá un poco árido por la ausencia de sucesos, pero no lo calificarĂa de difĂcil); hasta su muerte en 1939, escribiĂł cuentos como los que nos ocupan, obras de teatro kabuki (teatro experimental japonĂ©s, caracterizado sobre todo por los exagerados maquillajes de los actores) y novelas. Debido a su particular manera de mezclar el Romanticismo (corriente cultural opuesta a la IlustraciĂłn y Racionalismo, que busca dar importancia absoluta a los sentimientos) con una visiĂłn onĂrica del mundo moderno y mezclar fantasĂa con realidad, está considerado uno de los autores modernos más sobresalientes de JapĂłn.
El santo del monte Koya no es lo que yo llamarĂa “un libro para leer en el Metro”, sino que es más bien un libro para leer con mucha calma frente a la chimenea, o tumbados en el cĂ©sped de la piscina. Si leer es amar, hay libros que te dan un flechazo, pero El santo… es más bien un proceso de enamoramiento dulce y pausado. Hay que leerlo sabiendo que vamos a encontrarnos con cuentos largos en los que durante muchas páginas, no van a suceder cosas que aporten nada a la trama, sino tan sĂłlo que recreen sensaciones para nosotros y nos lleven a un mundo de sueño, donde no debemos creer todo lo que nuestros ojos ven. Es un libro de cuentos muy bellos, tristes y llenos de añoranza… yo, acostumbrada a devorar en lugar de leer, Izumi san ha hecho que saboree en lugar de devorar.
Ficha TĂ©cnica
Autor: Izumi Kyouka
Editorial: Satori
ISBN: 9788493820466
Precio:19€
Nº de páginas: 286 pp
Editorial: Satori
ISBN: 9788493820466
Precio:19€
Nº de páginas: 286 pp
Por Dita
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